Bicentenario y Abogados

Desde las Partidas Alfonsinas hasta las Ordenanzas de Abogados dadas por los Reyes Católicos, la profesión siempre fue vista con recelo por ser este oficio, fuente no poco frecuente de litigios y disputas.

Sin embargo, poco a poco fue asomando el carácter de oficio público del letrado y reconociéndose que más que un estorbo, era un colaborador y un pilar eminente de la administración.

Fue esa vocación la que atrajo a los primeros letrados a pisar esta tierra nuestra, asolada en su entorno por la interminable guerra de Arauco, enarbolando la vara de la justicia en vez de la acerada espada, simbolizando con ello el cultivo de la palabra, el entendimiento y la reflexión.

Más allá de toda retórica o lo bien o mal afamados que se nos percibe, el aporte fundamental de los abogados en nuestra Independencia como Nación en la edificación de sus ejes institucionales, nos permite afirmar que se trata de una profesión cuya ejecutoría alza con orgullo sobre sus hombros los compromisos y desafíos asumidos para organizar este país y darle continuidad.

Si existiera la posibilidad de hacer una lista de contertulios relevantes que invitásemos a resucitar en este Bicentenario, debemos recordar el nombre de personalidades cuyo linaje nos acercan a tiempos que añoramos que recorren nuestra accidentada historia en un país tan diverso, plagado de tesoros y catástrofes como el nuestro.

Así, el cronómetro partirá desde la Fundación con la llegada del primer Licenciado  Antonio de Las Peñas (1549), que acompaña al séquito de Valdivia  en su regreso del Perú, pasando por los primeros que se recibieron en Cánones y Leyes, primero, en San Marcos de Lima y luego, en la Real Universidad de San Felipe.

Reconociendo la excesiva simplicidad de este mítico retablo y al nunca bien ponderado empeño de esta Revista en rendirle un tributo a los ilustres miembros de la Orden, varios de ellos Presidentes de la República, Ministros de Estado, Arzobispos, Obispos, Diplomáticos, Senadores y Diputados, retenemos, entre otros, a don Gaspar Marín y a don José Gregorio Argomedo, ambos Secretarios de la Primera Junta; al “chillanejo” don José Antonio Rodríguez Aldea; al astuto don Manuel Rodríguez; a don José Ignacio Zenteno; a los congresistas don Juan Egaña y don José Miguel Infante, por citar a los de la era de las Revoluciones.

Prosigue esta enumeración con don Mariano Egaña, el agudo don Antonio García Reyes; el magistrado por excelencia de la república autoritaria, don Manuel Montt, hermanado en la vida y en el bronce con don Antonio Varas y, por cierto, a nuestro héroe ensalzado por el honor y el coraje don Arturo Prat Chacón.

En la época moderna, convergen en esta cita de notables, don Jorge Huneeus, donJuan Esteban Montero, don José Maza, don Arturo Alessandri, don Galvarino Gallardo, don Alejandro Serani, don Julio Philippi, don Jorge Prat, don Enrique Ortúzar, doña Ana Hederra, doña Elena Caffarena y don Raúl Rettig.

Imprescindible en esta selección, nuestro inconfundible hoy Santo Alberto Hurtado y el testimonio del Cardenal Raúl Silva Henríquez, todos porfiados supervivientes a cualquier baraja histórica incorporada al colectivo social como protagonistas de la innovación. Finalmente, no podemos dejar de mencionar en este despliegue histórico a quienes vertebraron esta emblemática organización colegial y el marco deontológico en el que ella mueve, entre los que cabe mencionar a don Carlos Estévez Gazmuri y a don Óscar Dávila Izquierdo.

En la Academia, en los procesos, en la lucha política, enfrentados a la demoledora arbitrariedad, el denominador común de este elenco de personajes -que no se esfuman en el tiempo- son los horizontes y los sueños que abre un abogado ante un expediente, o el simple destello de sensible luz con un consejo prudente frente a una encrucijada o un refugio ante una tragedia, destacando su cometido pacificador como clave para ejercer esta profesión.

Ello permite incrementar esta verdadera dinastía coherente de servidores responsables y comprometidos, dignos de ser contemplados con todo su pasado, su presente y su porvenir que reivindicamos en toda la madurez que ha alcanzado este estamento. Nuestra admiración en este Bicentenario, honrando el aporte medular de los abogados al servicio del país, al servicio de los demás.




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