Dinero o Plomo
Quizá porque afecta a todos de modo transversal, los artículos y comentarios de prensa advierten que el tema de la corrupción está en la primera línea del fuego mediático.
Se sostiene que este país-aislado por la barrera de los Andes- es un oasis y se suele pontificar que no debemos meternos en un mismo saco con otros del área.
No es bueno parangonarse con nadie ni aspirar a la utopía de convertirnos en una abadía finlandesa. Admitamos que el país en que habitamos tiene su sello propio y que la densidad de la corrupción o la falta de probidad funcionaria, sin llegar a la gangrena, es un agujero negro del Estado, un árbol que ha crecido y comienza a dar “frutos fecundos”.
Lentamente, la corrupción administrativa se viene trocando en una tendencia ostentosa, en una grave fractura del país que de antiguo cráter se ha mutado en un volcán rodeado de un panorama de gran actividad. La ambigüedad moral de las conductas de quienes ejercen la gestión pública; la cómoda cobardía partidista de no poner las cosas en su lugar, luchando contra el tedio y la mediocridad; el amiguismo; la auto corrupción, que mantiene impunes comportamientos insostenibles y omite exigir por igual transparencia y responsabilidad tanto al funcionario encumbrado de librea y cabritilla como aquel solitario gendarme de garrote que abandona su puesto y se inhibe de actuar, haciendo la vista gorda, mediando una ventaja o compensación por su flagrante pereza.
Históricamente, los miembros de nuestro Poder Judicial a quienes se les exigen altos valores personales y morales, se han mantenido -salvo algunos peñascos- ajenos a este fenómeno en una medida más equilibrada que en otros países en que los jueces, temerosos de los “traslados” son simples apéndices o espejos incondicionales del poder de turno, que abusa interfiriendo hasta la médula en beneficio propio.
Dinero o plomo
Sobrecogedora es la muletilla “Dinero o Plomo” utilizada en algunos países meridionales donde a muchos jueces que luchan contra el narcotráfico se les impone el brutal dilema de aceptar untarse la mano con un soborno para dictar una determinada decisión parcial o bien exponerse inevitablemente a ser aniquilados ellos o sus familias. Por fortuna, el único caso de un magistrado asesinado en Chile, ocurrió en la Plaza de Osorno hace más de 100 años, a manos de un jinete embozado de quien nunca se supo el motivo como tampoco se logró detectar su paradero.
En el trance de hoy el juez en Chile, con clara inspiración y decidida vocación de serlo, se encuentra urgido por lo cotidiano e inmerso en una espesa legislación muchas veces defectuosa y sutilmente escurridiza, todo lo cual contribuye a la existencia de una corrupción silenciosa, de una ignorancia en puntillas, envuelta en el agobio de tener que sacar la resolución dentro de plazo, de un tiempo que huye, de procedimientos de estructura compleja que atrapan y de algunos abogados ladinos que, reconozcámoslo, embrollan y dilatan astutamente las contiendas con poco aprecio por la verdad.
Lejana quedó la imagen de aquel juez espartano de chaqueta arrugada, con aroma de caserón, que rubricaba sus fallos con prosa elegante, mojados con tinta sudada con fuerza y ejemplo de objetividad e independencia, incubados tras un estudio parsimonial de toda la discusión, de la jurisprudencia al uso y de las opiniones más autorizadas.
En nuestra sociedad moderna, que marcha hacia el bicentenario de vida republicana, el clamor por la oportuna protección de los derechos es cada vez más masivo y más exigente. Los jueces deberán seguir siendo garantía e imagen externa de eficiencia en la aplicación de controles independientes y de los correctivos que ponen atajo en nuestra comunidad a la codicia agazapada de unos y a las presiones y desmanes de otros.
Los sinsabores de aquellos abogados maltratados en su ejercicio, continuarán hablando por la boca de este Colegio, muchos de ellos destilando heridas y amarguras que provocan jueces autócratas, empecinados en saltarse el debido proceso para escenificar una trama kafkiana a las que nos resistiremos desde siempre respondiendo como Fuenteovejuna ¡Todos a una!.
Avancemos pues en estas virtudes públicas, fortaleciendo a nuestro Colegio con la suma de los esfuerzos individuales, desterrando la corrupción como mal inveterado desde sus causas, cualquiera sea su rostro.
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