El Abogado, un servidor de la justicia

Coincidiendo con su siglo de vida, que alcanzó hace algunas semanas, este libro recoge los discursos de uno de los juristas y abogados más notables de su generación. Se trata de pequeñas piezas, todas diferentes, que el autor, como Presidente del Colegio de Abogados, dirigía a los nuevos profesionales con ocasión de su juramento ante la Corte Suprema. Los nuevos abogados provenían entonces de unas pocas universidades, en números más de quince veces inferiores a los actuales. Sin embargo, eran tiempos turbulentos, en que el antiguo ethos profesional estaba siendo puesto a prueba por intereses políticos tan fuertes que parecían justificar cualquier medio para alcanzarlos.

Las razones actuales para preocuparse por las buenas prácticas profesionales son diferentes; y generalmente más banales. Con mayor razón, entonces, produce un efecto purificador leer estos textos, que sin palabras para el bronce nos muestran la cara más noble de la profesión. Su mayor virtud está en mostrarnos simplemente la mirada de un abogado y jurista notable en su virtud.

El admirable candor de estas piezas trasluce la personalidad de su autor. Es significativo que sus propias convicciones más profundas, como lo es su genuino espíritu religioso o su orientación política, jamás aparezcan exhibidas, sin pudor ni respeto por quienes tienen otras creencias. Es la mirada de un abogado que no predica, sino explica con toda naturalidad los bienes en que se asienta la dignidad de su profesión, que con razón aspiran a ser universalmente aceptables.

Es un buen síntoma que en los textos no se abuse de la palabra ética, tan manoseada en nuestros días. Simplemente se asumen y explican los deberes e ideales profesionales de empeño, independencia, lealtad, conocimiento del derecho y muchos otros. Por ejemplo, que el abogado jamás puede ser un dócil instrumento de su cliente, sino debe tener la fortaleza, incluso contra sus intereses más inmediatos, para no ceder a la tentación de lo que contraría su tarea de servidor de la justicia.

En ese entendido, dice alguna vez a sus jóvenes colegas, sólo quien abraza estos ideales puede aspirar al prestigio y a la fama, porque más allá de los éxitos efímeros, ambos son inseparables de la corrección con que el abogado encara su profesión.

Los pequeños ensayos recorren las materias más diversas vinculadas a la profesión, incluyendo homenajes póstumos a distinguidos consejeros y presidentes del Colegio y reflexiones acerca de la correcta administración de justicia y el valor del derecho en hacer de Chile una sociedad civilizada.

A los ojos de nuestro tiempo, es sorprendente que piezas dedicadas a la profesión no contengan acusaciones arteras o denuncias de inmoralidad, ni tampoco planteen grandes doctrinas. Ocurre que del mismo modo que en la profesión de abogado se devela fácilmente quien es una mala persona, en este caso ocurre al revés: el autor es una gran persona, de aquellas que uno agradece su existencia.

Por cierto que es un conservador, que atiende y cuida las mejores tradiciones de la profesión. Pero también es un espíritu abierto a su tiempo, que reclama de sus colegas una mentalidad abierta y dúctil, capaz de prescindir en un momento dado de lo que responde a realidades ya desaparecidas, de modo que impulsa a los jóvenes abogados en su afán inagotable de renovación y progreso. Es un libro que enseña cuán amables pueden ser el derecho y la profesión de abogado.




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