Entrevista a Enrique Tapia, Presidente de la Corte Suprema
Dice que durante el gobierno militar no sintió presión como juez y cree que el Poder Judicial chileno no es corrupto y cumple bien sus funciones. Pero sabe que la comunidad no lo percibe así y piensa que la forma de luchar contra ello es con más transparencia y menos secretismo. Tarea difícil de lograr, que requiere voluntad, pero también modificación de normas.
Afable, gentil y sonriente, Enrique Tapia podría pasar más por un abuelito bondadoso que por Presidente de la Corte Suprema. Pero es apenas una primera impresión, la que no sólo desmiente el ambiente formal y clásico de su despacho, donde el peso de la tradición jurídica se respira en el aire y se hace sentir a través de las paredes adornadas con cuadros de señeras figuras del derecho chileno. También son las palabras amables pero muy medidas, las respuestas diplomáticas y más bien escuetas, las que indican que, además de una larga experiencia profesional, él sabe manejarse muy bien en las complejas aguas del Poder Judicial.
Conservador, claramente no es: partidario de investigar las violaciones a los derechos humanos, en otras entrevistas concedidas a la prensa ha manifestado estar de acuerdo con el aborto terapéutico, la promoción del condón y la píldora del día después.
Nacido en Concepción, hijo y padre de abogados -uno de sus cuatro hijos lo es y su hija menor estudia para serlo-, viene de una familia ligada al derecho y durante muchos años un primo suyo fue Presidente del Colegio de Abogados penquista. Por eso dice que comprende la labor de los abogados: “Sé cómo tratar a los colegas y entiendo los problemas que tienen”. En su larga y destacada carrera, que inició en 1958, ha pasado por todos los cargos judiciales: comenzó como secretario de un juzgado, fue juez, relator y ministro en Corte de Apelaciones, hasta llegar al cargo que ahora ocupa. Profesor de Derecho Procesal en la Universidad del Desarrollo, cuenta que ahora está con semestre sabático, porque en la actualidad le resulta incompatible encontrar tiempo para preparar las clases adecuadamente. Casado, con cuatro hijos y nueve nietos repartidos por Chile, aficionado a la música, y especialmente la folclórica, se define como un hombre “normal”, de aficiones sencillas, a quien le gusta salir y hacer vida familiar junto a su señora, también abogado.
– Hoy día, sin embargo, su cargo tiene una notoriedad que lo hace estar en el ojo del huracán.
– ¡Eso es cierto… absolutamente cierto! (riéndose) En un determinado momento de la vida a uno le corresponde asumir ciertas responsabilidades, y a mí me tocó ésta, que sin duda alguna es más grande que todas las otras que he tenido. Pero no creo que sea mucho mayor que resolver algún pleito.
– ¿Qué papel juega la compasión en la justicia?
– La compasión nunca es ajena a la justicia. Corresponde más a la intimidad de la persona que a la exteriorización misma. Porque a veces uno siente compasión ante ciertas cosas que forzosamente debe hacer, la ley lo obliga. Sobre todo cuando se es joven, cuando se está comenzando, creo que no hay ningún juez que no haya tenido algún dolor al estómago. Pero felizmente con el tiempo, no es que uno se vaya acostumbrando, pero sí van pasando las tensiones.
– ¿Cómo aborda el estrés el Presidente de la Corte Suprema?
– No sé cómo, pienso que con mucha ayuda de Dios, yo creo en Él. Soy católico.
– La presidencia de Marcos Libedinsky fue bastante conflictiva. ¿Qué le gustaría que se dijera de usted al término de su mandato?
– Cumplió con su deber. Metas absolutas no tengo, porque esto va evolucionando día a día, las prioridades van cambiando.
Pero sin duda una meta importante es que avance la parte jurisdiccional, de las decisiones, que no haya atrasos, sobre todo en lo que uno puede observar ahora en segunda instancia. Yo toda mi vida estuve en provincias, sólo hace ocho o nueve años llegué a la capital y vi esa demora terrible que había en la Corte de Santiago. Afuera eso no se da, hay más cercanía entre la gente y el juez. Por eso creo que un proyecto muy bueno es la creación de la nueva Corte Penal. Pienso que va a desaturar un poco la Corte, que va a haber mayor avance, no estos cuatro años de espera mínimo que tiene un proceso civil. Ojalá llegáramos al año, no puedo vaticinar que así sea, pero se puede progresar mucho. En la Corte Suprema no le puedo decir que estemos totalmente al día, porque hay cierto atraso, pero se agregó un hora diaria de trabajo de sala, desde abril el horario es de 8:30 a 1:30.
– ¿Se necesitan más magistrados?
– Sí, es evidente que se necesitan más jueces, para hacer el trabajo más fluido, más rápido.
-¿Cuál es la piedra de toque, entonces?
– Plata, falta de recursos, no somos un país rico. Pero actualmente se están manejando bastante bien los dineros judiciales. La Corporación ha hecho una muy buena labor, que ha sido reconocida en varias partes, especialmente por instituciones extranjeras y también en Chile. Por ejemplo, el BID le entregó dinero para hacer ciertos pilotos, lo que comenzó recién este año.
– ¿Qué pasa con la independencia del Poder Judicial?
– Tenemos independencia funcional absoluta, jamás he sentido que haya intervención de una autoridad, pero en las platas claro que somos dependientes. Sin embargo estamos progresando, no hacia la independencia absoluta, que no es una proyección inmediata, pero sí hacia una pequeña autonomía de manejar más los fondos. Hay un proyecto de ley al respecto que está pendiente en el Congreso, que ya está bastante avanzado.
Errores sí, corrupción no
– Si tuviera que definir en un par de palabras Poder Judicial chileno ¿qué diría?
– No es corrupto, en lo más mínimo, y creo que cumple adecuadamente sus funciones.
– No obstante, la comunidad tiene una imagen de corrupción. ¿Es posible desterrarla?
– Desterrarla absolutamente, por Dios que es difícil, ¡es tan fácil dar una imagen de corrupción, y tan complejo sacarla! Pero creo que podemos avanzar un poco en el tema de la ausencia del secretismo, es decir en dar a conocer nuestra labor, la forma cómo se decide. Tome el caso de los juzgados penales, por ejemplo, donde se podrá hablar de errores pero no de corrupción, porque todo el mundo ve cómo se está actuando.
– ¿Cómo se va a caminar en este sentido?
– Me parece que la única forma es, precisamente, eliminar el secretismo. Le aseguro que no es nada de fácil, primero porque tenemos muchas normas, que no nos podemos saltar por mucho que de repente queramos hacerlo. Por eso debemos ir reformando poco a poco esas reglas y hay estudios y trabajos al respecto.
– ¿Cómo se conjuga la derrota del secretismo con la actitud de la prensa, que se ha encargado de descubrir situaciones, pero también de juzgar e intimidar a personas de una manera voraz, incluso despedazándolas?
– Nunca he sido partidario de ese tipo de periodismo que juzga anticipadamente. Que informe todo lo que quiera, pero que no prejuzgue que una persona es culpable mientras no se decida por la justicia. Otro punto negativo es que los medios de comunicación tampoco dan a la persona la ocasión a de defenderse.
– ¿Por qué ha cundido tanto este tipo de periodismo? Basta entrar a la Corte para ver que está llena de periodistas ávidos de noticias y escándalos.
– Porque todo esto de los vicios, de los errores médicos y de abogados, vende mucho. Es el gusto por el morbo.
– Pero el secretismo no lo es todo, ya que durante el gobierno militar la imagen del Poder Judicial fue muy mala, y la gente aún mantiene esa imagen. Es conocida la frase del ex Presidente Aylwin de que “a los jueces les faltó valentía”.
– ¿Qué puedo opinar yo de una frase del ex Presidente Aylwin? Lo que personalmente puedo decir es que lo que sucedió en Concepción fue muy distinto a Santiago. Nosotros no sufrimos presiones, el único problema eran los recursos de amparo. Nos informaban que no existían, que a la persona no la conocían, que no estaba, que había sido dejada en libertad. Pero cada vez que nos señalaban que no tenían idea de la persona, nosotros pasábamos a la justicia penal, por ahí anduvimos acogiendo unos recursos.
– ¿Usted tuvo necesidad de ser valiente?
– No creo que haya sido asunto de valentía o no valentía, uno cumplió con el deber o no cumplió, se sintió presionado o no tuvo presión. Yo nunca sentí presión hacia mi persona, en consecuencia ¿valiente de qué? Sé que hubo mucha presión en otras partes, pero en provincia no. También estuve en Coronel, que era una zona dura, y nunca sentí apremio por parte de los mineros, todo lo contrario. Me paseaba y conversaba con ellos, tenía audiencias abiertas donde todos podían asistir. Y me daba una satisfacción muy grande poder solucionarle problemas a la gente.
¿Rivalidad entre jueces y fiscales?
– ¿Hay espacio para la creatividad en la presidencia de la Corte Suprema?
– Creatividad dentro de los límites legales. Sin duda, un país rico puede hacer mucho más que un país pobre, pero también es cosa de voluntad, aunque con imaginación uno puede salir adelante. Hablemos de los juzgados de familia, por ejemplo. A mí me gusta que las soluciones vengan de abajo, siempre he sido partidario de escuchar a la gente. Y me reuní con las juezas de familia y especialmente les pedí “háganme saber qué problemas tienen ustedes y qué soluciones creen que se necesitan”. En este momento estoy mandando al Ministerio de Justicia, y esto es una primicia, un conjunto de problemas y soluciones. También me enviaron un grupo de problemas que podríamos resolver internamente en forma administrativa, que acabo de entregar a cada ministro de la Corte para que nos reunamos en un pleno y analicemos qué nos parece adecuado y qué no nos gusta.
– ¿Qué opina de la saturación de los juzgados de familia?
– Realmente fue terrible, esa situación no la previó nadie. En Chile hay muchos problemas de familia y la gente busca una solución. Pero hay asuntos que no nos corresponden a los jueces. Por ejemplo, que los jueces deban decidir sobre la vida futura del niño o del adolescente. Primero es labor de los padres y después es labor del Estado. ¿Cómo yo como juez voy a decidir la vida futura de un niño? Voy a ponerlo en un establecimiento en que después de cumplir la edad límite lo van a largar. ¿Quién más se va a preocupar de ese niño? ¡Hay tantos problemas de ese tipo que se pueden solucionar por otras vías!
– En otro ámbito ¿cómo ve el apoyo de los abogados integrantes, que es un tema que ha generado mucha polémica?
– Si hablamos de casos particulares, considero que en la Corte Suprema han sido un aporte. En cuanto a mi posición, yo nunca he sido contrario, en forma cerrada, a los abogados integrantes. Siempre, sí, que sean personas que vengan a contribuir. Que se trate de un abogado de largo ejercicio de la profesión, que ya no la ejerza, pero que aporte con todo el bagaje de un abogado que no ha estado metido siempre dentro del Poder Judicial, y traiga cosas nuevas. También de un docente, pero no soy partidario de otra forma de llenar estas vacantes.
– Es decir, usted valora la experiencia.
– Valoro la experiencia como abogado, no como juez, porque para eso estamos nosotros los magistrados. El otro sistema que se propone, que si bien puede ser muy bueno, lo encuentro bastante caro, porque hay que tener un grupo de jueces en espera de sentencia.
– A su juicio ¿existe rivalidad entre fiscales y jueces?
– No, realmente no. Es aparente, ya que es lógico que entre estas dos personas, hay otra que está al medio y dos que están litigando; uno que ve blanco y otro que pide negro. Pero confrontaciones personales no hay en lo más mínimo. Posiciones distintas jurídicas pueden existir, formas diferentes de entender los asuntos, pero no creo que haya mayor conflicto.
– Sin embargo, un problema actual es que en los procesos penales se pide y se consulta un exceso de información, y por eso a veces las investigaciones no tienen la celeridad que requieren.
– Ahí el problema no es del juez, sino de qué cosa le presentan a él. Eso lo puede ver todo el mundo. Si el fiscal se está guardando cosas, la responsabilidad es suya. Pero yo creo que la concepción de la justicia, sobre todo la penal, hoy día no es mala. Rivalidad, le reitero, no existe. ¡Es como si el juez se pusiera a pelear con los abogados, cuando precisamente ambos son abogados!
– Durante el año 2005 juraron cerca de 1.700 nuevos abogados y en Chile actualmente hay aproximadamente 44 universidades que imparten la carrera de Derecho. ¿Cree que esto puede producir rápidamente una saturación del mercado y favorecer la cesantía e incluso la corrupción?
– Sí, hay un número grande de nuevos abogados que cada año egresa, pero no creo que todavía haya cesantía entre los colegas. Lo digo francamente, porque no podemos llenar los cargos de jueces. Acabo de hablar con la jueza de la Corte de Apelaciones de Santiago, y me dice “tenemos pendientes tales y tales ternas. Y no tenemos gente que quiera postular”. Por ejemplo, en Tal Tal, que está cerca de 300 kilómetros de Antofagasta y es una zona desértica, un pueblo aislado, el tribunal tiene un grave problema: no podemos encontrar jueces para Taltal, no hay interesados, entre la gente que obviamente tiene los cursos correspondientes.
– ¿Está de acuerdo en que para los nuevos abogados la filiación al Colegio sea voluntaria?
– Yo me formé con colegiatura obligatoria y además con un estricto control ético de los colegas. Creo que esa es una labor importante del Colegio de Abogados. Y no sólo de éste, sino de todos los colegios. La filiación debería volver a ser claramente obligatoria, no quedar a la voluntad de cada uno. En mi propio caso, con el Colegio de Abogados siempre hemos mantenido una muy buena relación, desde tiempos ha.
– García Márquez ha dicho que el precio del poder es la soledad. ¿Qué cree usted?
– No lo he experimentado y la verdad es que tampoco tengo tanto poder. Es un poder más aparente que otra cosa. Dentro de la Corte Suprema soy uno más, mi opinión es exactamente igual que la del último de los ministros. Somos 21 personalidades, y si alguien nos observara, vería que cuando hay Pleno cada uno es un yo. Convencer que ese yo sea uno ¡por Dios que es difícil!
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