Entrevista a Luis Ortiz Quiroga
La entrevista se pasa volando con el relato de graciosas anécdotas y otras no tanto. Y es que Luis Ortiz Quiroga, además de eximio penalista, es un gran conversador.
Bisnieto, nieto y sobrino paterno de abogados, estuvo a punto de elegir otra profesión e, incluso, llegó a estudiar dos carreras al mismo tiempo. Pero ganó el Derecho, que lo llevó a su pasión por el Derecho Penal de la mano del profesor Álvaro Bunster.
Su reconocida trayectoria profesional, de alguna manera marcada por la contingencia política, Luis Ortiz la recuerda con interesantes detalles en sus distintas etapas.
- ¿Qué otra carrera hubiera estudiado?
“Yo era muy bueno para las matemáticas y tenía una gran afición por ellas. Mi profesor de matemáticas además era profesor de filosofía, el señor Óscar Cáceres, un hombre que me ayudó mucho y me daba lecturas, porque se dio cuenta que me gustaba mucho leer. Con un deseo de admiración por la forma como veía que él llevaba su vida, que era un hombre tranquilo, sabio, que se dedicaba a estudiar, ese símil me atraía mucho y dije voy a ser matemático. Él me dijo no, no hay carrera de matemáticas, no va ser profesor como yo, siga ingeniería. Entonces iba a ser ingeniero. Mi papá era acérrimo partidario de que fuera ingeniero, porque decía que era importante que cuando una persona dejara de existir, dejara algo que permitiera recordarlo y el ingeniero dejaba puentes, caminos y el abogado en cambio es puro papel a los desvanes y se lo comen los ratones, lo despreciaba mucho.
Dudé mucho, incluso, seis meses antes iba a ser médico, porque era muy parejo en mis calificaciones y me gustaba todo. Pero desde antes ya tenía un bicho adentro de la cosa humanista y tanto así que cuando empecé a estudiar Derecho no me gustó tanto, porque encontré que era un poco árido, a pesar de que en primer año tuve profesores estupendos, Guillermo Félix Cruz, Gabriel Amunátegui.
En 2º año y sin decirle a mis padres me matriculé en Filosofía en la Chile. Ahí empezó un esfuerzo gigantesco, no sé cómo lo pude aguantar, porque estudiaba Derecho y Filosofía. Filosofía en la tarde y Derecho en la mañana. Eso lo hice tres años y me iba muy bien, estaba absolutamente fascinado. Tenía a Lucho Oyarzún, que era un genio, gran poeta además. Estaba Enrique Orellana, muy inteligente, que hacía Introducción a la Filosofía, y había un filósofo alemán judío Bogumil Jasinowski, que hacía filosofía de las matemáticas, que era un genio.
Cuando llegué a 4º año, me di cuenta que tenía que optar, porque me estaba tomando tanto Filosofía, que empecé a bajar el nivel de mis notas. Yo era buen alumno en Derecho y me asusté. Vi la cosa material, diciéndome qué voy a ganar en mi vida en el futuro, no voy a ser capaz de sustentar a mis hijos como profesor de Filosofía. Y ya me había agarrado el ambiente de Derecho, esa cosa competitiva, mirando el futuro de otra manera. Así es que con pena en el alma dejé Filosofía y 4º y 5º año los hice solos”.
- ¿Cómo fue su paso por la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile?
“Entré a primer año y en 2º ya era ayudante de Máximo Pacheco, por esa afición a la Filosofía. Él hacía Introducción al Derecho, pero muy fusionado con Filosofía del Derecho y venía llegando de Italia, donde había obtenido un título en Filosofía del Derecho con Giorgio Del Vecchio. Después me empezó a interesar lo penal”.
- ¿Cómo derivó a lo penal?
“En tercer año tuve un profesor, que uno recuerda siempre con mucho cariño, que era Gustavo Labatut. Era un viejo encantador, serio, muy humano, un gran señor y sabía enormemente. No era muy entretenido, no era capaz de captar la voluntad y el entusiasmo de los alumnos, pero aprendías con él. Era riguroso, ordenado, no faltaba nunca a clases, de manera que los que íbamos lo seguíamos bien.
Pero la pasión por el Derecho Penal, los grandes problemas que presentaba el Derecho Penal, sus vinculaciones con la Filosofía del Derecho, la tuve en 5º año cuando hice un profundizado con Álvaro Bunster.
Probablemente fue un mentor para muchos de nosotros. Alfredo Etcheberry, que estaba un poco más adelante que yo, conversando con él, el entusiasmo por el Derecho Penal nos vino por el contacto con este hombre, que era cultísimo, había estudiado en Alemania e Italia y era un gran melómano.
Juntarse con él era en sesiones musicales, con libros en alemán que nos iba traduciendo, era un ambiente de gran calidad intelectual y al mismo tiempo de amistad. Y en medio de eso, metiéndonos en problemas de Derecho Penal. El 5º año fue un curso que hicimos especialmente sobre la culpabilidad, éramos 20 alumnos solamente, los 20 hicimos un muy buen examen y los 20 hicimos la memoria en Derecho Penal, a raíz de él. Ahí se refleja el maestro, cómo es capaz de encender en los alumnos ese entusiasmo por lo que está enseñando y, al mismo tiempo, te va metiendo en tu cabeza y en tu afectividad la necesidad de ver por tu cuenta y llegar a la próxima clase con textos de estudio, revisar cosas y aportar algo. Eso fue notable, porque terminamos todos muy entusiasmados.
Ya en 5º salí y estaba decidido a estudiar Derecho Penal y él mismo Bunster) me aconsejó: “presente sus papeles, váyase a Italia, donde yo hice los estudios”. Él había estudiado en la Universidad de Roma”.
- ¿Y se fue a estudiar al extranjero?
“Me fui a estudiar a Italia, me casé antes. Estuve en Italia del 58 al 60, en la Escuela de perfeccionamiento de Diritto Penale e Diritto Processuale Penale.
Estuve dos años en Roma, obtuve el título y me vine a Santiago. Aquí no tenía nada organizado para instalarme, entonces Álvaro (Bunster) me dijo: “si tú abres un estudio, yo me asocio contigo y te puede salir más barato instalarte”. En la calle Bandera, frente a los tribunales, en el 1021, arrendamos una oficina. La mitad era de él, la mitad mía, incurrimos en gastos, me endeudé, compramos muebles, y a los seis meses Álvaro me dice: “mira no me gusta esta cuestión, no me llega ningún cliente, así que me voy”. Me dejó solo.
Pero tuve suerte cuando llegué, desde el punto de vista de la cátedra (en la U. de Chile). Me presenté en la facultad, porque antes de irme había sido ayudante y ayudante de Penal, entonces tenía varios años de la carrera docente, me designan profesor auxiliar de Lucho Cousiño y dos años después me dieron cátedra propia. Después me nombraron profesor titular”.
- ¿Cuándo se vinculó a la Universidad Católica?
“Por el año 70 o 71. Soy profesor de la Católica hace 35 años. Se produce una apertura de concurso para profesor titular y (Alfredo) Etcheberry, que había sido secretario general, me dice: “por qué no te presentas”, y me presenté”.
- ¿Se sintió cómodo en la Católica?
“Me sentí muy cómodo, porque nunca me molestaron. Yo hablaba del aborto y tenía una posición discrepante de la que tenía la mayoría. Aceptaba el aborto en caso de violación, el aborto terapéutico cuando la vida de la mujer peligraba o, incluso, si había peligro de enfermedad grave, y eso era un escándalo. Pero nunca nadie jamás me hizo cuestión”.
La contraloría
Paralelamente a la docencia, Luis Ortiz seguía consolidando su carrera profesional.
“En un momento determinado, el entonces contralor Enrique Silva Cimma creó un equipo para investigar los problemas penales que surgían de las investigaciones de la Contraloría. Le pidió a Daniel Schweitzer, que era un gallo genial, no sólo sabía Penal, sabía Derecho Administrativo, era un demócrata ciento por ciento, que lo organizara. Y Lucho Cousiño recomienda mi nombre y David Benavente también. Me nombraron y ese cargo me sirvió una barbaridad, porque era un cargo precioso.
Era una asesoría externa, entonces tenía absoluta compatibilidad con el ejercicio profesional libre, pero era muy cómodo al mismo tiempo, porque el Departamento de Inspección era muy organizado, con 100 inspectores, cada uno haciendo una investigación. En ese tiempo en la Municipalidad de Las Condes habían encontrado fraudes graves en el diseño y el financiamiento de los jardines de Américo Vespucio, muchos millones de dólares, con un conjunto de ediles de mucho blasón y había que ejercer acciones penales.
Prácticamente no hubo municipalidad en la cual no tuvimos que querellarnos. Yo era el abogado patrocinante y tenía como abogado procurador a Miguel Alex Schweitzer y a otro abogado. Tenía 29 años y tenía que alegar pidiendo autos de procesamiento contra cinco ediles de Las Condes. Alegaba contra Malaquías Concha y los top de la época, entonces se me produjo una experiencia fenomenal, en corto plazo, a un nivel inesperado y le ponía mucho empeño. Tenía que quedar bien, primero, representando a una institución tan importante como la Contraloría, y segundo, para no parecer como menos frente a los otros. Ahí se dio una relación muy cordial con los contendores, como es usual en la relación profesional, salvo casos excepcionales, y empezaron a llegarme muchas cosas, muy joven, de manera independiente a mi oficina. Salía en los diarios y todas esas cosas. Ahí estuve como ocho años, después se fue Enrique Silva y siguió Héctor Humeres, gran persona, profesor de Derecho del Trabajo, igual que el hijo”.
- ¿Y qué pasó con su carrera durante el tiempo de Salvador Allende?
“En ese tiempo, como el partido estaba en contra, tuve que patrocinar querellas contra Allende. Tal vez la más delicada de todas fue la de los bultos cubanos. El Partido Nacional y el Partido Demócrata Cristiano, las dos bancadas, me designan abogado patrocinante para una querella contra los que resulten penalmente responsables, porque se suponía que había armas en esos bultos, que estaban en Tomás Moro, era muy complicado. Yo era profesor del Instituto de Ciencias Policiales de Carabineros y me echaron. Fue muy divertido, porque después me reincorporaron y cuando empiezo a atacar a (Augusto) Pinochet, me volvieron a echar. Y en los 90, me vuelven a reincorporar. (Se ríe)
Esos procesos fueron muy complicados, muy ingratos, porque toda la policía estaba en contra tuya, los informes no llegaban, fue una relación muy dura. Al mismo tiempo, empecé a ser abogado de todas las grandes empresas que eran ocupadas, entonces tras las tomas éramos muy pocos los abogados que estábamos dispuestos a asumir patrocinio en contra de la autoridad”.
Los derechos humanos
“De las cosas más importantes que he hecho en mi vida profesional, tal vez han sido las defensas de la gente perseguida en los tiempos de Pinochet”, recuerda espontáneamente.
“Cuando cae la Unidad Popular y viene Pinochet, unos pocos nos atrevimos a presentar un documento que firmaron Jaime Castillo (Velasco), Eugenio Velasco, yo, Cucho (Juan Agustín) Figueroa, Andrés Aylwin, que de manera muy respetuosa pedíamos una serie de cosas. Llamaron a Eugenio Velasco y él nos llamó a todos los demás, pero estábamos fuera y no pilló a nadie. Habíamos dado muy buenas ideas de cómo respetar los derechos humanos y la democracia, que los militares se fueran una vez que pusieran orden, máximo un año, era como que estuviéramos legislando. Contaba Eugenio que lo citan y estaba convencido de que lo iban a nombrar Ministro de Justicia. Lo recibió (Óscar) Bonilla, de pie, y eso que era el más humano, abierto, caballero, y lo retó como un buen padre de familia. En ese tiempo defender a un comunista era poco menos que pecado mortal. Fui abogado de Luis Corvalán, de Clodomiro Almeyda, de Osvaldo Puccio y de Alberto Cademartori”.
- ¿Hubo un acoso a su ejercicio profesional?
“Sí, seguimientos constantes. Creo que los que de alguna manera tuvimos defensas a los derechos humanos en esa época, cual más cual menos, tiene historias que yo podría fatigar contándolas. Mi mujer estaba aterrada. Me empezaron a hacer liquidaciones de Impuestos Internos y visitas y a hacer la vida bastante difícil. Amenazas en mi casa. Muy mal. Muy duro”.
- ¿Se esperaba que no hubiera defensas?
“Se esperaba que no hubiera defensas o que fueran simulacros de defensas, que yo aceptara la tónica que ellos planteaban”.
- ¿Y la Corte estaba de acuerdo con ese procedimiento?
“La Corte claudicó completamente de todas sus facultades, especialmente, las conservadoras. Una cosa de lo más vergonzosa. Uno iba de amparo y no terminaba de alegar cuando estaba rechazado. Había personas que habían desaparecido y uno hacía uso de la disposición que permitía pedirle a la Corte que designara un ministro para que fuera a ver al sujeto donde se decía que estaba preso, a ver si estaba vivo, si estaba sano y en qué condiciones. Un solo ministro lo hizo, Rubén Galecio, y no lo dejaron entrar. Cosas muy ingratas”.
- ¿Y profesionalmente cómo vivía?
“Era muy complicado, porque los clientes se me empezaron a ir. Me decían, tú eres comunista. Incluso, tuve problemas muy serios con mis socios. Me acuerdo que el Partido Comunista no sé como se consiguió plata y me mandó mil dólares, que en ese tiempo era mucha plata. Entonces les digo, me pagaron mil dólares, tenemos una sociedad. Hubo tres que dijeron yo no recibo dinero sucio. Una cosa espantosa. Era muy duro, muy antipático y uno se sentía desguarnecido, sin defensa, muy amenazado. Llamadas telefónicas todos los días, a la señora. Una vez un vecino tomó la patente del auto de unos mafiosos que estaban en la puerta de mi casa y fue a preguntarles qué querían y le dijeron que se fuera inmediatamente, porque estaban esperando al señor Ortiz. La patente era de los detectives. Nunca me llevaron detenido, pero me hicieron pasar muy malos ratos en Impuestos Internos. Tus clientes eran las embajadas.
Cuando empieza a abrirse un poco el régimen, de a poco, tú te das cuenta de que te van segregando, ya las empresas no te designan abogado. Hay un costo alto, se corre la voz, a este gallo seguramente la autoridad no lo va a mirar bien. Al final me aconsejaban los ministros de Pinochet, que eran amigos míos, vamos a poder consultarle a éste porque no es un asunto político. En fin, se podía subsistir igual. No tenía esos clientes, pero tenía clientes internacionales. Me tocó viajar mucho”.
La ética
“Uno puede elegir la carrera que quiera, pero si elige la carrera de abogado tiene que aceptar que existe una regulación en virtud de la cual todos los abogados, sin excepción, van a estar controlados por la ética y va a haber una matrícula única. Y eso es en casi todos los países del mundo”, advierte.
- ¿Cree que se ha deteriorado la actuación ética de las abogados, más allá del control que ejerce el Colegio de Abogados?
“La percepción directa que tengo es de los casos que dicen relación con el Colegio y respecto de los cuales controla. Pero mi percepción de lo que he visto afuera, es que creo que se ha producido un clima en que el decoro profesional y las normas deontológicas están muy empobrecidas en un grupo muy importante de abogados, que generalmente no se colegian”.
La política
- ¿Qué ha significado la política en su vida?
“En la Escuela de Derecho era conservador, porque era beatazo. Yo defendí el Partido Conservador. El Club de Septiembre era un club tradicional del Partido Conservador, cuando se divide entre Prieto Concha y Horacio Walker Había una gran comida y Horacio Walker le pide a los jóvenes conservadores que vayan a tomarse el club. Partimos como 20 gallos a tomarnos el club y cuando llegaban a los viejos tercios, con palos, en la puerta les impedíamos la entrada. Después me fui a la Falange y luego al Partido Demócrata Cristiano, hace más de 40 años. He tenido siempre una filiación política no activamente, pero muy ligado a las directivas, que cada vez que me lo han pedido los he ayudado. Todos los gobiernos democratacristianos. Siempre tuve contactos con el Ministerio de Relaciones Exteriores, Interior y Defensa. Y después más adelante cuando se han producido problemas en el Ministerio de Obras Públicas”.
- ¿El caso Mop-Gate fue un episodio incómodo?
“Cada vez que hay un lío espantoso a uno lo llaman y de repente tienes toda la razón y de repente no tienes mucha razón, y tienes que hacer ver las cosas favorables en una situación mala. Una defensa nuestra a veces implica decirle al cliente, usted es culpable y arriesga esta pena, y vamos a tratar en lo posible de que no vaya preso”.
El penalista
- Muchas veces a un abogado penalista le debe tocar que le tiene que advertir al cliente que existe la contingencia de tener que pagar corporalmente, ¿le ha tocado eso?
“Lo esencial cuando llega un cliente es, desde el punto de vista del abogado, primero, saber escuchar bien. Después que cuenta su historia, generalmente no es completa, sobre todo, si es culpable. Hay elementos que retienen, desde el punto de vista del pudor. Tú sospechas inmediatamente de que la historia no está entera y tienes que empezar a apretarlo y decirle que eso no es verosímil. Al cabo de tres o cuatro sesiones, mirando los papeles, contrastando, le digo, no me estás contando la verdad y en esas condiciones no puedo asumir una defensa, porque es una defensa ciega y me voy a encontrar con pruebas que me van a tomar desprevenido y va a ser muy perjudicial. Cuando uno está convencido solamente de que el tipo dice toda la verdad, tú puedes medir cuál es el rango de su responsabilidad frente a la ley. Ahí hay que ser muy claro, usted es culpable, cometió esta estafa, que tiene estas dimensiones desde el punto de vista sustantivo, tiene irreprochable conducta anterior, no hay delitos reiterados y desde el punto de vista objetivo, usted está arriesgando una pena de tres años y un día a cinco años. Es un marco. Ahora si usted cree que es inocente y por consiguiente no tiene ninguna responsabilidad y lo que le estoy diciendo no se aviene con su manera de sentir, está en libertad de acción y váyase donde otro estudio.
Esto muy conveniente desde el punto de vista del futuro del abogado frente al cliente. El abogado que cree que siendo optimista con el cliente al principio, haciendo un diagnóstico que lo deje contento, va a captar al cliente y en definitiva tener una relación estable con él, se equivoca rotundamente, porque frente a ese diagnóstico si la realidad a poco andar demuestra que se equivocó, esa palabra se la cobran muy duro.
Mi opinión la doy por escrito, porque quiero tener una garantía, el día de mañana, de que lo que le dije es lo que va a pasar”.
- ¿Qué defensa no asumiría nunca?
“Los abogados hemos estudiado ese punto en distintas oportunidades, especialmente, desde el punto de vista ético. Si es posible considerar que hay clientes que no pueden serlo. Desde el punto de vista de la libertad de defensa y de los principios de que toda persona tiene derecho a defensa, la verdad es que la regla debería ser que no hay clientes malos ni buenos, si no clientes no más. Lo importante es defenderlo de acuerdo a los principios éticos, morales y legales. Uno puede tener un cliente muy bueno y si lo defiende con malas artes, lo está haciendo muy mal. Puede tener un cliente muy malo y si uno lo defiende prolijamente y de acuerdo a los principios éticos, lo está haciendo muy bien. El problema es que se suele incorporar el descrédito que tiene el cliente un poco con su defensor, pero es un costo de ser un abogado independiente y valiente. Lo corriente es que el abogado protegido, que no quiere correr riesgos, que no quiere ensuciarse con esta posibilidad, es vacío. Lo entiendo, pero no es un abogado con coraje intelectual. Uno tiene que tener libertad moral para elegir y no defendería un tráfico de estupefacientes, no me nace”.
- ¿Cómo encuentra el nuevo proceso penal?
“Lo encuentro muy eficiente en los delitos sencillos, los delitos flagrantes, en los delitos de robo, hurto, en que el tipo está confeso; le piden al fiscal que fije plazo, dice 30 días y el juez le dice 10 y en 10 días tiene todo. En vez de tener un juicio de tres años, tenemos en 15 días resuelto el asunto. Pero en juicios más complicados, de falsificación o en un juicio como el del MOP, sacar adelante el proceso en un plazo, incluso, en un máximo de dos años, con un fiscal que esté investigando, que tiene que interrogar a 40 imputados, es muy difícil”.
- ¿Cómo ve los estudios de Derecho, cuando hay 20 mil abogados y 24 mil alumnos en 49 universidades?
“Siempre he sostenido que en Chile faltan muchos abogados y esta avalancha de nuevos abogados para mí no es un problema. Así como han salido generaciones multiplicadas por cinco o por diez, se están multiplicando tal vez por cinco la capacidad de ocupación de esos abogados, con la apertura de fiscalías, defensorías, el sistema más complejo detrás de la globalización y que ya no consulta a un abogado producido el problema, sino que para prevenirlo. Cualquier oficina relativamente importante no firma nada si no consulta a su abogado y eso hace que haya posibilidades. Y por último lo veo como una forma de movilización social estructural. Sí me preocupa muchísimo que la calidad de los abogados ha disminuido muchísimo”.
Califica este Artículo:
Deja una respuesta