Lisandro De La Torre “El Fiscal de la Patria”

Le quedaban unos pesos, los metió en un sobre junto a una nota para que la mujer a su servicio los entregara a un amigo. Era el mediodía, cerró la puerta y las ventanas de su despacho, y vio que el almanaque decía 5 de enero de 1939. Sentado en el sillón, tomó su revólver y lo encañonó directo al pecho, apretó firme el gatillo y destrozó su corazón.

En el segundo piso de Esmeralda 22 se suicidó el hombre que en su tiempo fue uno de los máximos luchadores contra la corrupción, el autoritarismo, los sucios negociados entre los gobiernos de turno y los grupos económicos, y la hipocresía religiosa. La historia perdía al Fiscal de la Patria, ejemplo de lucha política y cívica, hoy tan devaluada y plena de conductas vulgares y miserables de políticos que hacen gala de acciones amorales que afectan la vida de los ciudadanos y el destino de las generaciones por venir.

Nació en Rosario, el 6 de Diciembre de 1868, hijo de Lisandro, administrador de un campo cerca del arroyo Pavón y de Virginia Paganini, descendiente del primer rector de la Universidad de Buenos Aires.

Debido a que su nombre –Lisandro- no figura en el santoral católico, el párroco le negó su bautizo. Sus padres le agregaron el de Nicolás, conservando Lisandro como el segundo; en vano, pues la historia le reservaría el privilegio de ser el de permanente asociación con su apellido en nuestra historia.

De joven vivió dos hechos que lo marcarían a fuego y que más tarde recordará en sus escritos: primero, su crisis personal con la iglesia, por haber sido testigo ocasional de los galanteos de un sacerdote, su maestro de la escuela primaria, con una dama amiga de su madre. El segundo, la crisis económica que afectó a su padre y provocó su quiebra y el remate de la casa paterna en Rosario.
Estudió en el Nacional Nº 1 de Rosario, siendo un niño con una capacidad de concentración y lectura admirables, en particular de poesía y de filosofía, que lo llevó a conocer a dos grandes pensadores que moldearían su mente: Renán y Spinoza.

Al finalizar esos estudios y decidir su futuro, se inclina por el Derecho y viaja a Buenos Aires. Aquí se instala en la casa de unas tías, mezclando sus estudios con la bohemia de las noches en el café, charlando de filosofía con sus compañeros. Por momentos económicos difíciles de su familia, imprime velocidad a sus estudios, que terminó en 1888, a los 20 años, siendo el más joven y destacado de su promoción. El Régimen Municipal fue el tema de su tesis, donde desarrolló sus primeras ideas políticas.

Regresa a Rosario y toma contacto con los círculos opositores a Juárez Celman que confluirán más tarde en la formación de la Unión Cívica. En 1890 vuelve a Buenos Aires y participa activamente junto al sector de Leandro Alem en la Revolución del Parque. Tras la derrota, en 1891 participa de la formación de la Unión Cívica en Santa Fe. Durante la revolución radical de 1893 -alzamiento de Alem contra el fraude y la corrupción del régimen- será el jefe en su provincia. Junto a correligionarios se apodera de la jefatura de policía de Rosario y avanza con sus fuerzas hacia la capital, donde se proclamó a Alem como presidente del gobierno revolucionario. Luego deponen las armas, porque en el resto del país, la revolución fue derrotada.

En política

A pesar del fracaso, la Unión Cívica demostró su fuerte presencia en la nueva escena política. Fuerza heterogénea con diferentes vertientes ideológicas, era movilizada por dos hombres complementarios y opuestos: Alem, quien tendrá igual final que nuestro protagonista, y Aristóbulo del Valle, senador de la nación. Lisandro de la Torre se sintió atrapado por esas figuras y éstos se sintieron impresionados por la pasión del joven abogado al oír sus discursos llenos de fervor que entusiasmaban a los presentes.

Una jugada política de Roca terminó por dividir a los cívicos que estaban a punto de tomar el poder: los mitristas, los radicales y los socialistas. De la Torre participó en otra revolución abortada en 1893, al frente de las brigadas armadas en Rosario y conservó el control de la situación durante alrededor de 21 días. Por esa nueva derrota abandonó su militancia, y volvió a vivir en la casa paterna, manteniendo vivo su pensamiento para modificar el sistema de privilegio y fraude que reinaba en el país.

Su padre le regala un pequeño campo en Barrancas, donde se interesa en la producción y en la economía: incorpora nuevas cosechas y cultivos y mejoras en las razas vacunas. Entre 1907 y 1910 ocupa la presidencia de la Sociedad Rural de Rosario, donde conoce los problemas y desigualdades que deben enfrentar los pequeños y medianos productores agropecuarios frente a los grandes latifundios vinculados con el poder, e impulsa una serie de medidas para fomentar la mejora de la producción.
No abandonó su pasión por la política: Aristóbulo del Valle le propuso dirigir el periódico “El Argentino” que divulga el ideario político radical, siendo su máximo referente en Santa Fe.

En enero de 1896 del Valle muere sorpresivamente y Alem sólo atinó a tomar su revólver, subir a un carruaje y pegarse un tiro, dejando al partido huérfano de un líder. Quedó sólo Hipólito Yrigoyen para enfrentar a la oposición conservadora y, actuando como siempre, envuelto en el misterio, levantó como única consigna la intransigencia. En las elecciones presidenciales, volvió a triunfar el general Roca para el período 1898 – 1904.

Lisandro sintió esas pérdidas, bregando por la idea de coalición con los sectores opuestos al roquismo. En la convención partidaria se enfrentaron las dos alas en pugna y con las intrigas de Yrigoyen, ayudado por matones del roquismo, los resultados favorecieron la abstención.

Lisandro acusó a Yrigoyen de complicidad con el roquismo, concluyendo su discurso con su famosa frase: “Nos merecemos a Roca”. Yrigoyen se sintió ofendido y lo retó a duelo; el 6 de septiembre de 1897 se batieron con espadas en los galpones de Las Catalinas: a Lisandro le quedó una herida en su mejilla izquierda y a Yrigoyen un planazo de sable en su cintura; y a ambos la separación definitiva.

Lisandro decide viajar a Europa y a los EEUU. Allí queda deslumbrado al ver en la realidad sus teorías expuestas en su tesis sobre las comunas, la libertad de culto y los sistemas políticos realmente federales. A su regreso en 1908 forma un partido político en Santa Fe: La Liga del Sur, con la intención de defender los intereses del sur de su provincia, que se perjudicaban por el poder del norte, donde estaba la capital. Yrigoyen, en una nueva maniobra, pese a abstenerse en todo el país, presenta candidatos en Santa Fe, dejando a su partido segundo, detrás de los conservadores. Pese a ello accedió a una banca de diputado nacional.

En 1916 Yrigoyen abandona la abstención y se presenta como candidato; De la Torre se postula con su nuevo partido, el Demócrata Progresista y nuevamente pierde la partida cuando los electores conservadores dan sus votos al partido radical.

Yrigoyen llega al poder con el planteo de ruptura con el régimen, pero no realizó ninguno de los profundos cambios que prometió. Los conservadores comienzan a ver en él al posible opositor a Yrigoyen pero De la Torre les responde tajantemente por carta: “Ustedes son conservadores, clericales, armamentistas, antiobreristas, latifundistas, etcétera y nosotros somos demócratas progresistas, de un colorido radical – socialista”. Así se alejó tanto de los radicales como de los conservadores.

En 1920 participó nuevamente de las elecciones para gobernador en su provincia donde, a pesar de perder, demostró que su partido estaba en camino de convertirse en el futuro poder. En la campaña planteó la necesidad de reformar la constitución provincial y el nuevo gobierno radical recogió el guante convocando a una Constituyente con ese fin. El nuevo texto contenía medidas revolucionarias para la época: autarquía administrativa e impositiva de los municipios, salario mínimo y jornada máxima de trabajo, gravamen al latifundio y otras que reflejaron la intervención de De la Torre en su redacción. El poder económico que veía mermados sus privilegios y también el clero -se estableció la neutralidad religiosa del Estado- atacaron ferozmente la nueva Constitución, y presionaron a Yrigoyen, quien emplazó al gobernador radical Mosca, a no promulgarla.

De la Torre continuó su defensa de la nueva Constitución haciendo oír su voz firme en el Congreso, testigo de arduos debates entre reformistas y conservadores. Mantuvo una fuerte polémica con los sectores clericales del parlamento, concluyendo su alegato con la frase: “¡Una Constitución argentina está en peligro de ser anulada por una conjura clerical!”. Todo fue inútil: esa Constitución fue vetada y nunca se aplicaría.

En 1926, al concluir su mandato legislativo, De la Torre se recluye en su estancia de Pinas en el límite de Córdoba con La Rioja. Pero no abandona la política: comienza una dura confrontación con el gobierno radical, lanzando filosos dardos al segundo mandato de Yrigoyen, al que acusa de no modificar los privilegios y corruptelas heredadas del antiguo régimen. Huelgas en sectores industriales urbanos, revueltas obreras en la Patagonia, y los grotescos personajes que encierran a Yrigoyen en una falsa realidad, terminan por voltearlo.

En septiembre de 1930 se inicia el largo camino de golpes contra el sistema democrático en el país. El general Uriburu, amigo personal de Lisandro de la Torre, creyó ver en él a la figura política ideal para una salida institucional del país, pero éste se negó a esa proposición que contrariaba sus principios, perdiendo así la amistad que los unía. De la Torre advirtió las simpatías de Uriburu con las ideas de Mussolini, afirmando que “el programa es más amenazador que el de Yrigoyen. El general desconfía de la capacidad del pueblo para gobernarse, no cree en la elevación moral de los hombres políticos y atribuye a las instituciones libres, vicios orgánicos que la conducen a la demagogia”.

El radicalismo vuelve a la abstención, y en las elecciones convocadas por los militares, la Alianza Civil lleva a De la Torre y al socialista Nicolás Repetto como candidatos. Era quizás la última posibilidad de generar un cambio en las estructuras políticas y sociales de la república, pero en las elecciones del 8 de noviembre de 1931 la oligarquía retoma las viejas prácticas; son las más fraudulentas y escandalosas del siglo: voto sin cuarto oscuro, secuestros de libretas de enrolamiento, robo de urnas. El general Justo y Julio Roca (h) -candidatos oficialistas- triunfan con casi 600.000 votos contra 487.955 de la Alianza.

Lisandro de la Torre sufre una doble pérdida: sus ilusiones de una salida electoral limpia y también su campo de Pinas, provocado por una pertinaz sequía que afectó la zona. Frustrado política y económicamente, vuelve a la política impulsado por sus partidarios y en 1932 obtiene la banca de senador por Santa Fe. Estaba solo en esa Cámara, pero allí deja oír su estridente voz denunciando la corrupción en el gobierno, y los negociados que involucran a sus ministros, y los monopolios favorecidos por los privilegios y las prebendas públicas y privadas. Es ahora el Fiscal de la Nación, pero los medios comprados por el poder, como siempre, dan escasa repercusión a sus denuncias o divulgan parcialmente su lucha.

A raíz de presiones de los británicos, el gobierno fraudulento firma el pacto Roca-Runciman, que entrega nuestro comercio exterior a los intereses exclusivos de Gran Bretaña; entre otras cosas, creando un monopolio que favorece a los frigoríficos extranjeros: Swift, Armour y Anglo-Ciabasa, que obtienen ganancias exorbitantes, evadiendo impuestos y perjudicando a los pequeños productores y a los frigoríficos nacionales. De la Torre integra la comisión investigadora de esos negociados y los denuncia. Y el conflicto estalla cuando descubre la implicancia directa de altos funcionarios en esos ilícitos. Sus pares del partido oficial lo escuchaban con temor en el recinto.

Su compañero de bancada, el senador Correa, cae enfermo y a su reemplazante, un brillante discípulo, Enzo Bordabehere, le demoran la entrega de su diploma.

Se interpela al Ministro de Agricultura, Luis Duhau, quien ante las serias denuncias que expone don Lisandro, responde con amenazas e insultos, alentado por la barra oficialista. En un momento, el interpelado se levantó de su pupitre y comenzó a insultar a De la Torre, quien no pudo contenerse: se levantó de su banca y al avanzar hacia el ministro, cayó hacia atrás. Bordabehere acudió de inmediato en su ayuda y en ese momento se escucharon disparos de bala, ciertamente dirigidos a De la Torre. Pero al interponer Bordabehere su cuerpo con el de su maestro, una bala le ingresó en su espalda, agonizando en brazos de don Lisandro. El asesino, Ramón Valdés Cora, un matón a sueldo del gobierno, era ex policía y guardaespaldas de un importante caudillo conservador. De la Torre nunca imaginó que sus enemigos temieran tanto sus denuncias como para intentar matarlo en el recinto del Congreso.

Estaba vencido, se sentía viejo y no tenía apoyo de ningún partido o grupo social que recogiera sus banderas, por lo que en 1937 renuncia a su banca. Se refugió en los pocos amigos que lo admiraban y respetaban y contribuyó a sostener la causa de la España republicana. Luego de esa renuncia, dio una conferencia titulada “Intermedio Filosófico” que generó la famosa polémica con monseñor Franceschi, un cura director de la revista católica “Criterio”. Allí don Lisandro demostró sus brillantes dotes de polemista y sus elevados conocimientos sobre historia de las religiones, y que ahora -pese a los años transcurridos- todavía puede leerse con pasión.

Y el 5 de enero de 1939 se quita la vida, acallando para siempre su voz, pero no su imponente figura. Para las generaciones futuras es un permanente ejemplo de lucha inclaudicable por los ideales y de crítica contra el poder establecido y sus privilegios. Primero enfrentó al roquismo en su máximo esplendor, luego su crítica mordaz al caudillo radical, pese al apoyo de las masas, su rechazo a una candidatura contraria a los principios democráticos y republicanos, su solitaria y audaz denuncia y acción contra los grupos económicos británicos involucrados en los negociados de la carne y, por último, su lucha contra el influyente clericalismo. Esa lucha y esa crítica deben ser recogidas si queremos seriamente que en nuestro país se acaben los privilegios de unos pocos por sobre los intereses de las mayorías. De lo contrario la Argentina quedará en el olvido.




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