Música y derecho la vida entre dos amores
Un buen abogado, un músico destacado o un cantante de excelencia? Una pregunta que no es válida para Francisco Vicuña, tenor; Cristián Bustos, pianista; y José Manuel Barros, barítono. En el mundo de las leyes, de los juicios y alegatos, entre códigos y reglamentos, estos tres profesionales han podido mantener sus dos grandes amores: el Derecho y la música. Y aunque tienen historias de vida y experiencias muy distintas, han luchado por compatibilizar ambas vocaciones.
“Decir que soy pianista de fin de semana, va contra mi dignidad musical”, advierte Cristián Bustos, abogado jefe del Centro Jurídico y Social de la Corporación de Asistencia Judicial de Ñuñoa, profesor de la USACH y de la Universidad de Los Andes y abogado externo del BCI.
Quitándole tiempo al sueño, sacrificando horas de almuerzo, vacaciones, momentos con la familia, fines de semana y festivos, ellos se las han arreglado para no descuidar el arte ni la profesión. No ha sido un camino fácil, por cierto, ni exento de esfuerzo e incluso de algunas privaciones, necesarias para cuidar instrumentos tan delicados como la voz y las manos. Pero el resultado los tiene contentos, y más que eso, realizados.
“Soy un abogado agradecido de lo que hago. Un abogado que canta. Para mí, la música ha sido encontrarme con el alma y la expresión de sentimientos del hombre, todo es encuentro y comunicación. Regalándose, dándose, entregando algo que le produce satisfacción a otros, pero que no es de uno, sino un don de Dios”, afirma José Manuel Barros, socio de Barros y Cía.
Asesores en Seguros y director ejecutivo y profesor del Centro de Derecho de Seguros de la Universidad de los Andes. Por su parte, Francisco Vicuña, quien durante tres décadas fue abogado secretario de Industrias Pizarreño y se especializó en derecho Civil y Comercial, hasta que se jubiló hace cinco años – hoy trabaja en forma independiente – comenta que siempre ha tenido devoción por la justicia: “Que el que tenga un derecho a algo lo obtenga, y lo obtenga de buena manera. El Derecho siempre me ha encantado, en parte por una tradición de familia; mi abuelo, Eliseo Cisternas, fue ministro de la Corte Suprema. Pero en mi trabajo no tuve problemas para cantar, ya que mis jefes eran todos operáticos y me apoyaron mucho. Y cuando tenía que ensayar, en vez de almorzar me iba al Teatro Municipal, pero para mí eso no era un sacrificio, sino algo muy grato”.
Muy temprano se despertó en estos tres artistas la vocación por la música. Francisco Vicuña, por ejemplo, ya a los 12 años comenzó a cantar, en la década del 50, impresionado por la película “El Gran Caruso”, de Mario Lanza: “Mis padres se dieron cuenta que tenía condiciones y me llevaron donde un profesor, pero él dijo que todavía era muy jovencito y debía cambiar la voz. Hasta que a los 18 años, junto con entrar a Derecho, me inscribí en el Conservatorio de Música”.
Cristián Bustos tenía 11 años cuando escuchó tocar a su hermano una sinfonía de Beethoven; el impacto de ese momento lo marcó para siempre. A ello se sumó que una tía abuela, que vivía con su familia, era pianista del ballet del Teatro Municipal y con frecuencia tocaba en casa. “Me fascinaba escucharla, de manera que cuando mi mamá me propuso estudiar piano no lo dudé. Los primeros años, que son claves, estudié con un gran maestro, Hugo Fernández. Después estuve un par de años en la Facultad de Arte, en forma paralela al colegio, pero cuando salí de Cuarto Medio y entré a Derecho en la Universidad Católica, no se me dieron las condiciones para seguir estudiando. Eran como unos celos mal entendidos, no había facilidades de horario ni yo tenía los recursos para pagar un profesor particular. Probablemente fueron los cinco años que menos piano he tocado en mi vida. Igual, creo que a lo mejor no habría podido estudiar Derecho si no hubiese tenido la disciplina de estudio que me dio el piano”.
Con el gran Pavarotti
José Manuel Barros no comenzó por la música clásica, sino por la popular, y sólo después de un tiempo derivó a la ópera. Pero su historia es especial, ya que tenía siete años cuando en 1968 sus jóvenes padres fallecieron en un accidente automovilístico, dejándolo huérfano a él y a sus cinco hermanos. Quedó entonces a cargo de unos tíos, en Viña del Mar, quienes lo educaron con afecto y le dieron una buena vida. Pero en cierto momento experimentaron fuertes problemas económicos, lo que significó que desde los 16 años él tuvo que rebuscárselas por aquí y por allá para solventar sus estudios. “Soy la oveja negra, porque vengo de una familia de ingenieros y yo estudié Derecho”, cuenta con humor. Para él, además de una vocación, la música se convirtió tempranamente en un medio de vida, ya que gracias al canto – y también procurando – se pagó la carrera. En 1977, cuando aún estaba en el colegio, ganó con una canción de Antonio Zabaleta la final chilena del concurso la “La Voz Cantada Juvenil”, organizado por los ministerios de Educación de los países suscriptores del Pacto Andrés Bello. “La final era en Venezuela, pero el gobierno de ese país no nos dejó entrar, porque encontró que éramos peligrosos”, recuerda.
Sumando más triunfos, en 1981 ganó el concurso anual “Revelación Canal 13” y en 1982 la final anual de “Cuánto Vale el Show”. El premio fueron dos autos, que sin duda le vinieron muy bien para solventar sus gastos. Sin embargo, desilusionado del ambiente de la música popular, en 1984 comenzó a inclinarse por el canto lírico. Tuvo muy buenos profesores y ya en 1987 ganó el Concurso Internacional de Canto Lírico, organizado por la Municipalidad de Valparaíso y la Universidad Federico Santa María. Después vinieron más premios, distinciones y destacadas actuaciones como solista en las temporadas internacionales de Ópera del Teatro Municipal, hasta que en 1991 tuvo otro gran hito: ganó la fase Latinoamericana del “Concurso Pavarotti”, que se realiza en Filadelfia y donde se elige a los 50 mejores jóvenes cantantes del mundo, que luego compiten en la final.
Con Pavarotti como presidente del jurado, un día martes cantó las arias que llevaba preparadas, de la ópera Fausto de Gonoud.
– Pavarotti fue extraordinari mente cariñoso conmigo – recuerda -. Después que terminé mi presentación, se paró y me aplaudió con los brazos en alto, “Bravo, bravo…”… Pero no gané. Aparentemente, según lo que creo hoy día, se debió a que llevé un repertorio en francés, muy difícil, que elegí para que se notara que como barítono podía cantar las notas normales, pero también llegar a las agudas. Pavarotti no tenía nada grabado en francés y entonces el premio, que era cantar con él, no podría cumplirse.
Sin embargo, también tuvo una buena experiencia, ya que el mismo Pavarotti le pidió a la directora del prestigiado The Curtis Institute of Music, donde enseñan algunos de los mejores profesores del mundo, que lo invitara a postular; esto significaba un reconocimiento importante y prácticamente la certeza de que ya estaba elegido. Viajó entonces a Filadelfia a postular y después regresó a Chile con la idea de que tenía posibilidades casi ciertas de irse a estudiar canto a Curtis, donde le daban departamento, dinero y todo lo necesario para vivir.
– Por el sólo hecho de salir de Curtis, ya tenía una carrera asegurada, pero debía elegir entre el Derecho y el canto. Yo ya estaba casado, había nacido mi hijo mayor, y tenía que decidir si mi vida era dedicarme a cantar o no. Me tiraba mucho el canto, económicamente era extraordinario, tenía asegurado el futuro, pero existía una contracara, que era el tema de vivir como gitano, viajando por el mundo. Por ese entonces tuve una conversación muy importante con Bruno Pola, un barítono mundialmente famoso. “Bruno, ¿hace cuánto tiempo que no vas a tu casa?”, le pregunté, y él me contestó “Hace 7 meses”. Ahí supe que no podía ser cantante, porque no estaba dispuesto a pasarme siete meses fuera. Le pedí ayuda a Dios, lo recé todo, pedí luces para decidir lo que tenía que hacer, porque también me preguntaba porqué Dios me dio voz, y con tranquilidad tomé una decisión, quedarme en Chile, de la cual hasta el día de hoy no me arrepiento.
En la actualidad, estudia con un pianista pasante y una profesora rusa, y todos los años ofrece recitales, ya sea con la Orquesta de la Universidad Mayor, la Escuela Moderna de Música, en el Museo de Historia Militar o en el teatro del Portal de La Dehesa, entre otros. Su rutina musical es exigente y para que el día le alcance en lo artístico, lo profesional y lo espiritual, comienza muy temprano, de modo que ya a las 5.30 de la mañana está en pie. “El arte necesita de mucha disciplina, los cantantes que hoy día han llegado lejos son los más disciplinados, los que han sido capaces de vencerse a sí mismos, no los más talentosos”, explica.
«El sentimiento surge con la melodía»
También Francisco Vicuña tuvo que optar entre el canto y la profesión en algún momento de su vida. En su bonita casa de Lo Barnechea, a la que la modernidad no ha logrado quitarle su encanto campestre, hoy recuerda cómo desde 1975 hasta 1990 corría desde su oficina en Industrias Pizarreño hasta el Teatro Municipal. Como Pinkerton en “Madame Butterfly”, Nemorino en “Elixir del Amor”, Rodrigo en “La Flauta Mágica”, Alfredo en “La Traviata”, Il Duca en “Rigoletto”, y muchos otros, su hermosa voz de tenor seducía al público, que lo gratificaba con entusiastas aplausos. En una ocasión, incluso, el mismo don Jorge Alessandri fue a saludarlo personalmente al camerino.
– Al cantar uno siente que está entregando sentimientos – explica -. La ópera especialmente tiene mucho realismo, sus argumentos son muy potentes, o muy dramáticos o muy cómicos. El sentimiento surge con la melodía y te va invitando y tú te vas emocionando, quieres expresar a través de él. Tienes que lograr confundirte con el papel y eso es lo más difícil en la vida de un artista: no desbocarse, contenerse y saber perfectamente qué rol se está desempeñando. Por ejemplo, en el caso de “El elíxir de amor”, de Donizetti, tienes que pensar en el personaje, un hombre rústico que se enamora de la mujer más cotizada del pueblo. Y tienes que convertirte en ese huasito, con su alegría y su ingenuidad. Muchas veces también tienes que transmitir pena, pero nunca hay que transmitir más emociones de las que corresponden. Antiguamente se cayó en muchos excesos, hasta que la ópera fue manejada por excelentes directores e intérpretes que estudiaron a fondo los roles y disciplinas anexas al canto.
Según cuenta, su carrera musical ha sido fruto del rigor y para desarrollarla necesitó una gran voluntad, con un ensayo de una hora diaria como mínimo, y a lo menos cuatro horas diarias antes de una presentación.
– Al comienzo tienes tu ritmo, tu pianista, y vas preparando tu rol, pero después viene lo que se llama el ensamble, porque uno no canta solo, sino con una soprano, un barítono, bajo, coro, ballet, etc. Entonces, diariamente, por lo menos durante 20 días, te citan en el teatro desde las 9 de la mañana hasta las 11 de la noche. Así viví durante 15 años, pero llegó un momento en que tuve demasiadas responsabilidades en uno y otro lado y me di cuenta que si seguía en el Teatro era muy difícil mantenerme en el Derecho. Y no quería ni podía dejarlo, por un asunto económico y familiar, porque tengo señora y cinco hijos, con los que he llevado una vida de interrelación muy grande, con mucho deporte. Para hacer feliz a la gente tiene que ser feliz uno, y sentí que estaba muy apremiado.
A su esposa, Bárbara Balaresque, la conoció cuando recién estaba iniciando su carrera musical. “Nos encontramos en un oratorio muy lindo, “La Creación”, de Haydn, y desde entonces no nos hemos separado nunca más, ahora vamos a cumplir 37 años de matrimonio”.
Fue en 1991 cuando dejó de cantar oficialmente, como miembro del Teatro Municipal y figura con la Orquesta Sinfónica. Pero con más tiempo desde que se jubiló, hace cinco años comenzó a retomar el canto y en la actualidad prepara recitales que ofrece a nivel privado, en casas de amigos y corporaciones. “Tengo un magnífico acompañante: Cristián Bustos”, explica.
En la catedral del Salzburgo
“Muchas veces la gente tiene un prejuicio: ese abogado debe tocar ahí no más, porque dedica mucho tiempo al Derecho; o ése debe ser un abogado mediocre, porque dedica mucho tiempo a la música”, dice por su parte Cristián Bustos.
– Tengo un título profesional, licenciado en ciencias jurídicas, pero también tengo una gran pasión por la música. No puedo encasillarme, sería falso, porque yo hago clases, me desempeño con gente necesitada en la Corporación de Asistencia Judicial y también trabajo en materia penal para el BCI. El mundo musical es más etéreo, más sentimental. En el ámbito jurídico tienes que ser firme, certero, si no lo eres en una querella o alegato, imagina cómo queda tu cliente. Pero creo que es tan satisfactorio ganar un pleito y que una señora te dé las gracias, como dar un concierto sin ningún error. Un concierto puede ser más sensorial, es posible conmoverse con una interpretación, tal vez no pase lo mismo con una sentencia que uno lee, pero la sensación es la misma: “¡Señora, ganamos!”…. o al revés.
Con un nutrido currículo profesional y artístico, desde 1978 Cristián viene acompañando a solistas instrumentales y vocales y a directores como Guillermo Cárdenas (Coro Lex), Waldo Aránguiz (Ars Viva) y Mario Baeza (Grupo Cámara Chile), en concursos, giras y conciertos. Durante casi una década escribió artículos sobre música clásica para el suplemento “Artes y Letras” de El Mercurio y también desde hace casi diez años acompaña al Coro Vasco de Chile, dirigido por Patricio Aburto, junto al cual todos los domingos toca en la misa dominical de una iglesia y con el que también se ha presentado en diversas ciudades de Chile y grabado un disco compacto y un documental en DVD, que aún está en edición. Pero el momento que más lo ha emocionado ocurrió en febrero de 2002, cuando junto a un coro tocó el órgano de la histórica catedral de Salzburgo, en Viena. “Ha sido el hito más importante de mi vida musical, por el sonido mismo, por lo afinado del instrumento, por el elevado nivel de los oyentes”, recuerda.
En general, no ha tenido mayores problemas para compatibilizar la música con la profesión, más aún, en su trabajo le han dado facilidades para viajar y presentarse en el extranjero. Pero su día es largo y debe estirar las horas para poder cumplir bien en los distintos ámbitos en que se mueve. Lo favorece, sí, el hecho que es noctámbulo:
– Tengo que reconocer que me falta tiempo. Como mi currículo de trabajo es abultado, estudio desde las 10 de la noche hasta la 1 de la madrugada tocando en mi departamento, con fonos para no molestar a los vecinos. Esto requiere un constante aprendizaje, conocer nuevos cantantes, nuevas partituras, abordar un área de una manera diferente, un violinista, un coro. Desde el primer ensayo, con los cantantes vamos poquito a poco, pero por fortuna tengo buena memoria, sé que ese cantante respira en una frase o en una determinada palabra o signo musical y me voy adaptando. La idea es ensayar mucho, para que al final se transforme en algo fluido, donde tú y el cantante lo pasan maravilloso.
De su labor en la Corporación de Asistencia Judicial, a cargo de los alumnos en práctica, destaca que lo principal es tener vocación para la docencia, ser paciente: “Algunos jóvenes llegan mal formados, te tiene que gustar enseñarles. Y también hay que tener una dosis de espíritu social, porque en general se atiende a personas necesitadas, que viven en la pobreza, que sufren. Desde el año 92 trabajo aquí y soy bastante realizado en esto. Llegan generaciones nuevas, jóvenes con ganas de hacer cosas, de ayudar, de transformar las situaciones injustas. Cuando uno se dedica y se compromete, es fantástica la relación que se da con los alumnos y con las personas”.
Unión trascendente
Lejos de la característica imagen de bohemia, desorden e informalidad que rodea al mundo artístico, estos tres profesionales reconocen que el ejercicio de la música y el canto, además de rigor, requiere de mucha fortaleza y cuidado. “Hay que aprender a cuidar el instrumento”, dice José Manuel Barros, mientras Francisco Vicuña destaca lo importante que es tener una vida ordenada, donde se duerma bien y se cuide el reposo, porque “cuando uno está relajado es cuando mejor canta”.
Por supuesto, la posibilidad de equivocarse siempre está, y eso puede poner nervioso y perturbar en forma importante. Sin embargo, el trabajo duro permite que ello no ocurra. Clases de expresión corporal, técnicas de relajación y muchos ensayos, ayudan a adquirir seguridad musical y a internalizar el personaje.
– Es un traje que uno se ha puesto y sacado – señala José Manuel Barros -. Es hasta catártico, porque el teatro ayuda a entender a la humanidad, a ver la lucha de las virtudes y de los vicios. Es ese proceso de ponerse la máscara, de encarnar otra vida, y cuando uno logra ponerse en la camisa de alguien con problemas, puede ser más comprensivo, entender desde dentro a la humanidad y amarla mejor.
Con una sensibilidad muy desarrollada, el artista por lo general puede sufrir más profundamente, porque siente con mayor intensidad, pero ciertamente también posee una gran capacidad de goce, y el arte puede convertirse en una experiencia extática. Así lo explica Cristián Bustos:
– Al tocar, se experimentan sensaciones múltiples. Una vez dominada la parte mecánica, técnica, viene la interpretación y uno puede llegar a estados superiores. Honestamente, yo diría que se produce una unión trascendente, y cuando uno está tocando, se transporta, se olvida de todo lo que no sea la música.
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